viernes, 8 de marzo de 2013

OTRA COSA ES QUE EL APRENDIZ ESTE DISPUESTO A ASUMIR SU RESPONSABILIDAD

Cortar la rama. M. A. Santos Guerra

 La educación es una tarea compleja y altamente problemática. Pretende que el individuo alcance su mayor desarrollo en todos los aspectos de su personalidad a lo largo de toda la vida. Pero, ¿cómo se alcanza esa finalidad?, ¿cómo se consigue que la persona llegue a desarrollar al máximo sus potencialidades (intelectuales, afectivas, morales…)? Hay formas de proceder que, con mucha probabilidad, van a conseguir resultados escasamente positivos. Por ejemplo, darle al aprendiz todo pensado, todo decidido, todo hecho. De esa forma él no aprenderá a pensar, a decidir o a realizar las cosas por sí mismo.

El halcón se vio compelido a volar porque tuvo la necesidad de hacerlo.
Habrá que generar ocasiones para que él pueda pensar, para que pueda tomar decisiones y para que pueda actuar de manera autónoma. Me pregunto muchas veces cuál es el margen de autonomía que la escuela concede al alumnado. ¿Qué decide, qué piensa, qué hace que no sea obedecer y repetir? Todo está decidido cuando un alumno o una alumna entra en la escuela. Los fines están establecidos. El curriculum está cerrado y la opttividad, cuando existe, es muy escasa. La evaluación y los criterios que la inspiran están ya decididos. Las normas están dadas. El tutor está impuesto. El horario está ya confeccionado. El calendario está cerrado. El grupo al que pertenece está hecho. Los itinerarios por los que tiene que transitar están marcados.
No podemos olvidar que la pretensión es que lleguen a ser aprendices crónicos, aprendices autónomos, aprendices responsables y apasionados. Y que deben llegar a ser ciudadanos libres, independientes, crtíticos y creativos. Pero, para ello, tienen que asumir responsabilidades, tienen que tener autonomía.
El primer día que el niño pueda atarse solo los zapatos, no se los deberíamos atar. El primer día que pueda peinarse solo, no le deberíamos peinar. El primer día que pueda cruzar el paso de peatones solo, no le deberíamos llevar de la mano.
Ya sé que nos gusta más hacerlo por él. Porque así nos sentimos valiosos, responsables y tranquilos. Porque de esa forma sabemos que lo que tienen que hacer ellos estará mejor hecho si nosotros lo hacemos.
Acabo de leer un pequeño libro que se titula ¿Por qué caminar si puedes volar? Está escrito por Isha, una australiana afincada en suramérica. El libro está publicado por la editorial Aguilar. En él he descubierto esta sugerente historia.
Había una vez un rey que recibió como regalo dos magníficos halcones de Arabia. Eran halcones peregrinos, las aves más hermosas que se hayan visto jamás. El rey entregó las preciosas aves al maestro de cetrería para que las entrenara.
Pasaron los meses y un día el maestro de cetrería informó al rey que uno de los halcones estaba volando majestuosamente, planeando alto en los cielos, pero el otro halcón no se había movido de su rama desde el día que llegó.
El rey convocó a curanderos y hechiceros de todas las tierras para atender al halcón, pero ninguno pudo hacer que el ave volara. Luego le presentó la tarea a los miembros de su corte. Sin embargo, al día siguiente, el rey vio a través de la ventana del palacio que el ave no se movía de su percha. Habiéndolo intentado todo, el rey pensó: “Tal vez necesito a alguien que esté más familiarizado con la vida del campo para que entienda la naturaleza del problema”. Entonces le dijo a su corte.
- Vayan a buscar al granjero.
A la mañana siguiente el rey se emocionó al ver al halcón volando muy alto sobre los jardines del palacio y le dijo a su corte:
- Tráiganme al hacedor del milagro.
La corte rápidamente localizó al granjero, quien vino ante el rey. Éste le preguntó:
- ¿Qué hiciste para que el halcón volara?
Con reverencia, el grajero le dijo al rey:
- Fue fácil, majestad. Simplemente corté la rama.
Fácil decisión pero, a la vez, muy difícil: poner al halcón en la tesitura de tener que levantar las alas. El halcón se vio compelido a volar porque tuvo la necesidad de hacerlo.
Y eso pasa con las personas. Se retrasa innecesariamente el momento de la autonomía. Creo que hay que facilitar a las personas las ocasiones para decidir por sí mismas, para pensar por sí mismas, para actuar por sí mismas. Lejos de cortar la rama, tenemos la tendencia de hacer una jaula para que el halcón esté controlado, para que no vuele, para que esté a buen recaudo, sin correr riesgos.
Para crecer hay que asumir riesgos. Si los niños y las niñas fueran llevados siempre en brazos para que no se cayeran, jamás aprenderían a caminar. Si, por temor a una caída, nunca se subieran los jóvenes a una bicicleta o a una moto o a un coche, jamás aprenderían a conducir.
Hay que cortar la rama de la seguridad, de la dependencia y del inmovilismo, asumiendo riesgos y afrontando con vigor las dificultades. Sólo así se podrá elevar el vuelo.
Lo que nos dicen los alumnos a los profesores y los hijos a los padres es lo siguiente: “Ayúdame a hacerlo solo”. Y lo que nosotros debemos decirles es: “Te ayudaré a que tú lo hagas solo”. Pero para aprender a hacerlo tiene que hacerlo. Eso supone asumir algunos riesgos. Y ahí está el quid de la cuestión. ¿Cuál es el ritmo del ejercicio de la libertad? ¿Cuál es el equilibrio entre responsabilidad y libertad? No es cierto que hasta que no sean responsables no pueden ser libres sino que, si no son libres, no podrán aprender a ser responsables
La tentación educativa (o, mejor dicho, deseducativa) es la inversa: retrasar lo más posible el momento de la autonomía, ir dando largas bajo la excusa de que la persona todavía no sabe actuar por sí misma, bajo la sospecha de que todavía no está madura, sin caer en la cuenta de que esa postura es la que está bloqueando la maduración. Lo cual convierte a los aprendices en inútiles o en rebeldes. En súbditos incompetentes o en díscolos despechados.
Nos sentimos mejor protegiendo que dejando márgenes de libertad para que la persona aprenda a protegerse a sí misma. Recuérdese la hermosa metáfora de Holderlin: Los educadores forman a sus educandos como los océanos forman a los continentes, retirándose.
Otra cosa es que lel aprendiz esté dispuesto a asumir su rsponsabilidad. Es más cómodo que te lo den todo hecho y que en todo te sientas seguro porque los demás responden por ti. Existe lo que Eric Fromm llamaba el miedo a la libertad. No todo el éxito o el fracaso reside en la actuación de quien educa. El que se educa tiene que asumir también su responsabilidad. Muchas veces no se tiene en cuenta.


1 comentario:

  1. ¡Qué gran verdad! Buenísimo el artículo. Pero lamentablemente en este sistema educativo, estructurado y formal, no te permiten salir de la rutina (si eres interino o funcionario, te presionan con la visita de los inspectores).

    Creo que hay que seguir los objetivos del currículo, pero adaptándolos a la enseñanza activa, crítica y reflexiva que pretendamos hacer.

    Es verdad, que muchas veces, tenemos miedo a que los alumnos sean autónomos y libres, porque no queremos dejarlos a su libre albedrío y que fracasen, pero tenemos que darles la oportunidad de que aprendan a serlo (aprendan a ser responsables) porque educar es lo mismo que poner motor a una barca...

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